La confusión personal del Presidente de la República marea a propios y a extraños. Cuando inicia un juicio político a la Corte Suprema de Justicia sabiendo que no servirá para nada sólo ayuda a sembrar equivocaciones. Se olvida de que los argentinos lo eligieron para ordenar el país y él actúa como si fuera el jefe de un sector político. Y lo que es peor, pareciera que todo lo hace para seducir a esa mujer que tanto -¿demasiado?- le dio, y que hoy está condenada. Pero Cristina no le lleva el apunte. Ni le habla.

La movida del confundido Alberto no está circunscripta a la plaza de Mayo y a sus alrededores. Tarde o temprano va a golpear en la vida comarcana. Una vez más las autoridades nacionales por más que declamen federalismo lo que más les preocupa es su propio ombligo.

El gobernador actual de la provincia no ha sido un espectador más de las decisiones de Alberto Fernández. Ha puesto sus huellas digitales y su osamenta en el inútil enjuiciamiento a la Corte. Más que un juicio político es una declaración de guerra o mensajes para la tropa nacional propia, por eso no se entiende por qué Osvaldo Jaldo ha tomado esa postura. Está claro que hay una ley nunca sancionada en ningún Congreso que dice que no se lo debe contradecir al Presidente porque eso hace perder plata. Y convengamos que Jaldo nunca tuvo vergüenza a la hora de ser pragmático.

La decisión de abrir un juicio político al presidente de la Corte Suprema de Justicia de la Nación dividió en dos la “Liga de gobernadores”, poderosa estructura sin papeles que tanto poder supo tener tanto a fines del siglo pasado como hasta hace pocos años, cuando fue el soporte del Presidente de la Nación para sacar leyes en el Congreso y para fortalecer al siempre débil Alberto Fernández. Los que firmaron los caprichos de Alberto además del tucumano Jaldo fueron Axel Kicillof (Buenos Aires), Raúl Jalil (Catamarca), Jorge Capitanich (Chaco), Mariano Arcioni (Chubut), Gildo Insfrán (Formosa), Sergio Ziliotto (La Pampa), Ricardo Quintela (La Rioja), Alicia Kirchner (Santa Cruz), Gerardo Zamora (Santiago del Estero) y Gustavo Melella (Tierra de Fuego). Del otro lado quedaron los gobernadores de San Juan (Sergio Uñac), de Santa Fe (Omar Perotti), de San Luis (Alberto Rodríguez Saa), de Entre Ríos (Gustavo Bordet) y de Salta (Gustavo Sáenz).

Canciller silencioso

Desde antes de que Alberto Fernández se animara a ser Presidente había un hombre que se dedicó a hilvanar y no dio puntada sin hilo hasta que consiguió la unidad de los gobernadores. Ese fue nada más y nada menos que el tucumano Juan Manzur. Con la fortaleza de los gobernadores -y de algunos gremialistas y empresarios- llegó a convertirse en Jefe de Gabinete. Incluso, aquel domingo en el que en la Argentina no había ministro de Economía y la Casa Rosada era tierra de nadie arrasada, los gobernadores también lo salvaron. A medida de que avanzaba la jornada Manzur se iba cayendo del sillón del que se iba adueñando Sergio Massa. Sin embargo, el tucumano resistió con la fuerza de la “Liga de Gobernadores”.

Esta división de los mandatarios provinciales, por lo tanto, afecta a Manzur que mantiene su sueño de llegar a la fórmula nacional en los comicios de este año. ¿Será por eso que Fernández a mitad de esta semana que nunca más volverá dijo que querría que su jefe de Gabinete se quede y no lo abandone? Es posible. Alberto Fernández con el correr de sus tres años de gestión ha demostrado muchas debilidades para tomar decisiones, pero a la hora de generar disputas e internas en su Gobierno siempre ha estado al día. Ante cualquier duda, basta con preguntarle a Silvina Batakis.

Tantas indecisiones y tanta confusión ha llevado a Manzur a tomar distancia sobre el juicio a la Corte y sobre la posición del Presidente. Más que Jefe de Gabinete volvió a ser el Canciller del Silencio; y por lo tanto, nunca dejó algún manto de sospecha sobre su posición acerca del juicio político a Horacio Rosatti, pero tampoco hubo públicas y fuertes declaraciones en su favor. En esas falacias se enredó el santiagueño Zamora que no puede disimular sus ganas de llegar a la Rosada. Lo mismo hizo el riojano Quintela y en su afán por quedar bien con Alberto terminó más confundido que el Presidente, a juzgar por sus opiniones.

La otra vereda

El fútbol parece ser de las pocas cosas que consigue unir a los argentinos. Por eso no sorprende que la guerra de guerrillas entre el oficialismo y la oposición haya tomado un nuevo envión en los últimos días. Los chats entre el ministro de Seguridad de la Ciudad de Buenos Aires y un secretario de la Corte se suma a estas reyertas. Horacio Rodríguez Larreta, en una jugada muy albertista, promovió la licencia de Marcelo D’Alessandro y no le pidió la renuncia.

No hay votos para que se lo destituya a Rosatti y a los otros ministros de Corte. No obstante, los peronistas están preparando para “hacerse la fiesta” en la comisión de Juicio Político de la Cámara de Diputados, donde son mayoría. Paralelamente, todo lo que pase con el funcionario de Rodríguez Larreta lo mantendrá atento al intendente de la Capital tucumana. Es que Germán Alfaro no puede evitar su cercanía con el jefe de Gobierno de CABA. El lord mayor tucumano mira de reojo aquel episodio porque podría obligarlo por lo menos a tener que fijar alguna posición.

Casi al mismo tiempo ocurrió un episodio inesperado que el peronismo tucumano no demoró un segundo en aventar. No pasó inadvertido y fue el abogado de Juan Manzur quien pidió explicaciones. Antonio Raed se bajó del terreno jurídico y se metió en el barro político para pedir explicaciones sobre la detención de Ricardo Sánchez, hermano del diputado Roberto Sánchez. Mientras Raed pone en dudas todo, porque el agricultor se escapó de un control policial y su familia denunció que había sido secuestrado, el hermano diputado esquivó dar explicaciones o aclarar lo ocurrido. Al callar, el precandidato a gobernador ayudó a avivar el fuego innecesariamente.

El tema central

Lo curioso es que los primeros días de este año electoral se devaluaron en peleas entre los principales actores del poder. Sin embargo, en cada uno de los hogares y en las mesas de bar el tema central e inevitable fue el juicio por el crimen de Fernando Báez Sosa.

La sociedad argentina tiene mucho para hablar sobre un suceso como este. No es extraño. Los jóvenes asesinos han seguido un libreto escrito desde hace mucho tiempo en muchos hogares.

Los jóvenes se apoyan en actos violentos para ejercer sus liderazgos, los adultos los aplauden -lo mismo pasa con el alcohol- hasta que ocurre una tragedia como la Álvaro Pérez Acosta, en Tucumán, o la de Báez Sosa, en Villa Gessel. Ahí todos miran para otro lado.

La pregunta que queda dando vueltas es ¿qué hubieran hecho o qué harían los chicos si no hubiera adultos? La dirigencia política podría ensayar algunas respuestas para beneficio de toda la sociedad.